LASAÑA DE BERENJENAS CON ALBAHACA Y TOMATE DULCE

22 Dic

El otoño está a punto de acabar  y como el topo del cuento «El viento en los sauces», desempolvamos nuestra casa y la preparamos para que sea más cálida en invierno. Suspiramos como él, esperanzados, y nos asomamos con expectación a la vida que aguarda afuera. El topo prefiere la primavera pero recuerda con agrado cada una de las aventuras que han tenido lugar en el invierno. Recordando buenos momentos  da un repaso al polvo de sus queridos libros. Rodeado de agradables sensaciones  nuestro amigo levanta muebles y enrolla alfombras.

¿Que es ese desagradable olor que desprende la alacena? Ah, habrá quedado de aquellas comadrejas que por un exceso de confianza, metieron sus sucias zarpas en esta casa e intentaron acabar con todo; comida, bebida (sobre todo el whisky de buena calidad reservado para los amigos) y hasta con aquello que nadie había osado hollar: la buena voluntad de topo y su familia. Pero un oportuno puntapié en sus  traseros les hizo salir por donde habían venido, algo a lo que respondieron con sus malas artes. Al fin y al cabo ya no quedaba whisky y la casa era apacible y aburrida, les había oído comentar mientras gritaban todo tipo de improperios y falsedades. Trataban así de esconder  su realidad preñada de suciedad y oscuros secretos. Aún podrían engañar a alguien más pero con la familia del topo ya no les funcionaría su diversión preferida: intrigar escondidos detrás de una afectada candidez.

Además de aprovisionar la casa con un buen cargamento de leña y alimentos, el topo concentra toda su buena energía en hacer desaparecer el rastro de aquellas extrañas comadrejas. Cuando quita el polvo y refresca las paredes va desapareciendo el sutil tufillo que habían dejado en algunos rincones, y mientras barre ha eliminado todo recuerdo desagradable.

Provisto de una fina ironía que mira a través de sus miopes ojos, topo reflexiona; ellas siempre tendrán su instinto y el lo supo desde el momento que vio sus verdaderas intenciones y quiso pensar solo en sus buenas virtudes (que parecían varias y terminaron siendo ninguna). ¡Va!, ¿y que más da?, ¡lo importante es que por fin las comadrejas más malvadas del bosque de sauces se han marchado a su oscura guarida y nunca volverán a molestarlos!.

El continuará haciendo lo que todos los inviernos de su apacible existencia, rota a veces por la agradable visita de sapo que se ha casado y viene con sus retoños. Y de otros topos que comparten con el y su familia el deseo de pasar agradables veladas sin otro fin que el de disfrutar de su mutua compañía. Las comadrejas también seguirán haciendo lo que todos los días de su vida, engañando para rapiñar un trocito de afecto, de pan, que les es dado por aquellos que aún desconocen lo que en su día descubrió nuestro topo; que son una auténtica estafa.

Y la moraleja de esta historia es que: si tenemos la mala suerte de encontrarnos con dos astutas comadrejas, como le ocurrió a topo; seguiremos nuestro camino dejando atrás sus taimadas sonrisas, que en el fondo no esconden otra cosa que un alma, descontenta en otoño, en invierno y que en cualquier estación está llena de polvo rancio y viejo.

LASAÑA DE BERENJENAS CON ALBAHACA Y TOMATE

Ingredientes:

  • 3 berenjenas hermosas y tersas
  • 4 tomates medianos
  • 300 gramos de tomate frito (casero o de bote)
  • 1 ramillete de albahaca
  • 200 gramos que queso grana paddano
  • 250 gramos de queso enmental o cheddar
  • 750 ml de leche
  • 3 cucharadas de harina
  • pimienta blanca
  • 2 cucharadas de mantequilla

Preparación:

Cortamos las berenjenas en lonchas de medio centímetro y las ponemos en leche durante 15 minutos para quitar el amargor.

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Las secamos bien y les hacemos unos cortes en diagonal. Las metemos al horno precalentado a 200º durante unos 15 minutos, o hasta que estén casi blandas. Mientras cortamos unos tomates en rodajas y los pasamos por la sartén con un poco de aceite hasta dorarlos y teniendo cuidado de que no se rompan. Los sacamos a una fuente y los espolvoreamos con un poco de azúcar.

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Hacemos una bechamel como hemos explicado en otras recetas (por ejemplo las croquetas del puchero) con la leche, la harina y la mantequilla y la aromatizamos con pimienta. Una vez esté lista la bechamel vamos montando las berenjenas por capas. Primero un poco de bechamel las berenjenas, tomate en rodajas, tomate frito,albahaca y queso y así hasta llegar arriba.

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Incluso sin gratinar ya van teniendo muy buena pinta

Vamos poniendo un poquito de bechamel entre capa y capa de berenjenas y sobre el queso rallado y fresco.

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Una vez hemos terminado de poner todas las capas metemos la bandeja en la parte superior del horno y gratinamos a 200º durante 4 o 5 minutos teniendo cuidado de que no se queme. Al estar ya asadas con anterioridad sólo tenemos que gratinar la parte superior y a comer. Que aproveche.

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Bonito color ¿eh?. Una ración será así de bonita y os aseguro que tan sencilla como deliciosa.

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Espero que os guste y para la Navidad esta misma receta con unas gambas y sin tomate queda deliciosa.

COCA DE MOLLITAS

3 Abr

Coca de mollitas


Sin apenas mancharte las manos y en poco más de una hora, incluida la fermentación, vas a disfrutar de una deliciosa coca de mollitas.

Ingredientes:

  • 250 gramos de harina
  • 1/4 de vaso de agua templada (o de cerveza)
  • 1/4 de vaso de aceite de oliva suave
  • 10 gramos de levadura de panadería
  • una pizca de sal

Preparación:

Ponemos la harina tamizada en un bol y le hacemos un hueco en el centro. Añadimos una pizca de sal y la levadura desleída en un poco del agua templada.

Le vamos añadiendo el resto del agua mientras mezclamos con una cuchara de madera, hasta que quede una masa compacta similar a la de pizza. (Si fuera necesario y lo pide la masa podemos añadir un poco más de agua, o un poco menos. Eso depende fundamentalmente del tipo de harina).

A diferencia de la pizza, una vez la masa sea homogénea, le añadimos el aceite poco a poco y amasamos, esta vez con las manos o en una máquina, hasta que la masa sea elástica.

Una vez el aceite se haya integrado por completo a la masa, hacemos una bola y la ponemos en un bol. La tapamos y la dejamos reposar de 45minutos a 1 hora. Si ponemos la masa cerca de un sitio templado, el proceso de levado será más rápido. La masa estará en su punto cuando sea esponjosa al tacto y haya subido 1/3 de su volumen.

Mientras reposa la masa vamos a hacer las mollitas.

Ingredientes para las mollitas:

  • Un vaso de harina
  • 2 cucharadas de vino blanco o cerveza
  • 6 u 8 cucharadas de aceite de oliva suave
  • Un pellizco de sal

Preparación de las mollitas:

Ponemos en un bol pequeño la harina y un pellizco de sal, le añadimos el vino y vamos echando poco a poco el aceite que admitan hasta tener una textura granulosa, como de miga.

Deben quedar así:

Las reservamos tapadas hasta que la masa de la coca haya reposado por completo.

Una vez lista la masa de coca, la extendemos lo más fina posible, o un poco más gruesa si os gusta, en la bandeja u otro recipiente de horno engrasado con aceite, y repartimos las mollitas por encima.

Metemos en el horno precalentado a 180º de 25 a 30 minutos, o hasta que la masa y las mollitas estén doradas.

Podéis acompañar a unas sardinas a la plancha o unas verduras rehogadas con albahaca, con un trozo de esta delicia, o simplemente sola. Es contundente y llena bastante pero está deliciosa.

Buen provecho a todos.

NEW YORK CHEESE CAKE AUTÉNTICO Y GENUINO

13 Feb

Siempre soñé que un día estaría en Manhattan…

Suena la eterna voz de Fran Sinatra cantando  New York, New York, y poso suavemente las manos en el teclado y…, ¡e voilá!, vuelo lejos, tan lejos como me lleva su música.

Aterrizo como Mary Poppins en el puente de Brooklyn, ¡buen sitio para pisar Nueva York por primera vez!.

El sol se va a poner y los rascacielos se llenan de luces como si fuesen gigantescos árboles de Navidad. Disfruto de este mágico momento mientras una suave lluvia de otoño se desliza sobre las barandillas grises. Es mi primera imagen de Manhattan y este esperado momento supera con creces mis expectativas.

Ahora ya sólo escucho a Michel Camilo y mientras me dirijo hacia la Gran Manzana, su alegría es la mía. Las vistas del río me dejan maravillada y tengo la sensación de que bajo mis pies hay un gran teclado y que a cada paso toco una nota dirigida por él, es el tema «At Night». Ya no llueve y la tarde se ha envuelto en un pijama de tonos rojizos. Sólo unos metros más y estoy a punto de llegar al final que es mi principio.

La música me entona, es el aperitivo y ¡se me hace la boca agua! pensar en el banquete multicultural que me espera. El arte, la música, la arquitectura… Es el mestizaje, la mezcla de decenas de culturas que conviven en un único mundo. ¡Esto, queridos amigos es Nueva York!.

Justo al salir del puente, mi memoria evoca los primeros fotogramas de «Manhattan» y ¡por poco me coge un taxi amarillo!. Es todo tan…, en fin, tendré que llevar buen cuidado aquí con los abstracismos, ¡al menos cuando esté cruzando la calzada!.

Me envuelve una ligera bruma que va disminuyendo conforme dejo a mis espaldas el río. ¿Es sólo soñar despierta o mis torpes pies tocan de verdad suelo Neoyorquino?. Anocheciendo en el bajo Manhattan, un tranquilo día de otoño…,  solos: mi paraguas, un abrigo ligero y yo.

Estoy en el Distrito Financiero, junto al impresionante Edificio Federal rodeado de altos guardaespaldas que se elevan hasta el cielo. Doy un tímido saludo a George Washington y tras andar un poco, el edificio neoclásico de la bolsa me deja sin aliento, chicos ¡estoy en Wall Street!, ¿donde está Michael Douglas?, voy a ver si lo encuentro y nos tomamos una copa en uno de los bares de Jazz en Greenwich.

Algunos afirman que Wall Street debe su nombre al muro de defensa que construyeron los primeros holandeses que habitaron Manhattan, la que compraron a los indios por el precio de unos mocasines, ¡24 dólares!. Otros historiadores aseveran que aquí nunca hubo muro alguno. Y yo me pregunto si algún historiador afirmará o desmentirá algo sobre la vida de aquellos indios.

¡Manhattan!, ¿verdad que suena bien?. Los holandeses la bautizaron Nueva Amsterdam, pero con el tiempo pasó a tener su nombre primitivo; «Mannahatta» que es como la bautizaron en su día los indios que la poblaban, «isla de las colinas».

En este entorno no puedo evitar recordar algunas escenas de la película Gangsters of New York (esta vez es Scorsese y un magistral Daniel Day Lewis encarnando a «Bill el carnicero»). ¿Imagináis aquella lejana época, mediados del XIX,  y las luchas de bandas?. ¡Pensar que una de las zonas más marginales de entonces se haya transformado en una impresionante mole Financiera, con sus Skylines, (se llama así al perfil que pintan desde lejos los rascacielos) sus hermosos edificios, sus brokers de película!…, ¡parece increíble!.

Tras unos minutos de «ensoñamiento»; los personajes, las balas y los cuchillos afilados se alejan envueltos en una nube de humo. Debo administrar bien mi tiempo porque dispongo de una sola noche para conocer esta gran ciudad, así que continúo mi camino sin perder un minuto.

Los altos edificios me observan callados, imponentes, pero no estoy sola. A pesar de haber caído ya la noche muchas oficinas de la bolsa están encendidas.

Se alternan las calles solitarias y tranquilas con otras llenas de ejecutivos que visten trajes de corte italiano. Unos irán a su casa en el Soho, Tribeca o en el Midtown y otros a perderse en la excitante noche Neoyorquina. Y yo aquí, en medio de todos ellos, rodeada de mil maravillas, dejo de ser Mary Poppins para convertirme en Alicia. Pues aunque no tengan los bigotes de un conejo, y sus relojes sean suizos y de pulsera, todos andan con un «llego tarde» escrito en sus caras. ¿Donde me toparé con el gato de cheshire y el sombrerero loco?. ¿Quizás en el Soho? ¿o tal vez tomando una pizza en Little Italy?.

Paso por delante del ayuntamiento con su hermosa fachada de estilo renacentista francés mientras Sting me susurra al oído «un inglés en New York», pero se aleja tras cantar el primer estribillo (siempre me gustó más roxanne) y vuelve Camilo. No sé porqué su piano lleva ruedas y me acompaña en mi paseo. ¡ Menos mal que ahora atravieso calles solitarias!.

Hago una parada para «degustar despacio» otro de los entremeses; St. Paul’s Chapel, que es el templo más antiguo de Nueva York. ¡Lastima que esté cerrado!, espero al menos encontrar alguno abierto en Harlem y poder ver una misa de Gospel. Pero eso será más tarde porque antes pienso atravesar toda Manhattan de sur a Norte.

Me dirijo ahora hacia el Noroeste. El piano se desliza cuesta abajo alejándose de mí; intuyo las razones. Tras andar un buen rato escuchando sólo el sonido de mis pasos, llega en un murmullo » Nimrod» de Elgar, quizás por el dolor que te golpea nada más ver La Zona Cero. Mirando a través de la verja mis ojos se empapan de la lluvia que resbala silenciosa y fría. Huele a tierra mojada, ese olor viejo que tranquiliza el espíritu y dulcifica la tristeza.

Está muy adelantado el proyecto de transformar la zona en un parque dedicado a la memoria de cuantos desaparecieron. La «Torre de la Libertad»será inaugurada en 2013 y con sus 541 m será el edificio más alto de N.Y. Su azotea estará situada a 417m, la altura de las desaparecidas Torres Gemelas.

La noche se ha puesto fría de repente pero debo seguir la ruta planeada. Buscando en mi bolsillo he encontrado una camiseta térmica y una bufanda. No recuerdo haberlas puesto ahí; esperad, también llevo un pequeño fajo de billetes americanos y algunas monedas. En fin, ¡supongo que todo forma parte de un sueño como Dios manda!. Me pongo la bufanda y me quedo mirando el cielo. Ha escampado y la luna brilla como si fuese el gran cañón de un antiguo teatro.

Al pensar en un fastuoso teatro, visitar más tarde Broadway me tienta como el chocolate, pero no puedo ceder. Claro que en mis sueños lo he hecho otras veces. He pisado sus magníficos teatros y  presenciado sus suntuosos estrenos. ¿Recordáis cuando vimos a Jack Lemon tocando el piano en una sala de cine mudo?. ¿Y que me decís de los musicales?. Recuerdo que tuve un hermoso sueño en el que veía entre bambalinas el musical dedicado a la vida de Ray Charles .

Ray con su triste y hermoso «unchain my heart» resuena en las esquinas, pero el ritmo soul-jazz cambia a un jazz más actual. La alegre musica parece venir hacia aquí levantando mi ánimo. Es el piano de nuevo y ¡viene como una bala! con «one more once», y al sonido de las teclas se unen las trompetas y el saxo. No puedo evitar andar bailando ¡que marcha tiene este Camilo!.

Visitar Batery Park de noche es peligroso y tampoco se puede visitar la Estatua de la Libertad a estas horas, ¡otra vez será!.

Lo del tamaño es un clásico porque todos esperan que sea mayor. ¿Recordáis la escena final de «Sabotaje»?. Barry Kane atrapa a Frye, (el malo de la película) en la antorcha. Frye resbala y se agarra al brazo que le tiende Barry, mientras la chaqueta se va desgarrando lentamente  (Hichcock mantiene la tensión de una forma magistral durante unos segundos eternos). En ese fotograma se puede apreciar que el tamaño del dedo pulgar que sujeta la antorcha es mayor que Barry.

¡Me encanta la Estatua de la Libertad!. Me ocurría lo mismo con Paul Newman que era irresistible con su metro setenta de estatura. Y no digamos con «La Mona Lisa»…, después del impacto inicial que nos produce su pequeño tamaño, nos quedamos hipnotizados durante un buen rato para marcharnos dentro del bolsillo de «Da Vinci» para siempre.

Mientras el piano toca la banda sonora del «Golpe» y entretenida en pensar quien es más guapo; Redford o Newman, he llegado a mi siguiente destino: La Trinity Church, que va a ser mi última visita en el Distrito Financiero.

Vuelve a llover y el piano se ha quedado en silencio. En un pequeño claro de este bosque de rascacielos, se alza orgullosa la estrecha y alta iglesia. El acero y el cristal la envuelven, otorgando un toque de romanticismo y calidez a la construcción neogótica. En uno de sus laterales hay un pequeño cementerio con unos bancos que durante la semana suelen estar ocupados por ejecutivos ávidos de una ración de paz. Ahora están vacíos y yo aprovecho para darme un pequeño respiro. Hay una moderna escultura frente a mí; representa las raíces de un árbol rojo.

Es un homenaje al árbol que aguantó en pie el tremendo impacto de las explosiones, siendo después arrancadas sus raíces por la caída de los escombros. Esto salvó una capilla y el cementerio. Dicen que aquí en el pequeño camposanto algunas noches se oyen susurros …

Ahora solo se escucha el silencio, sólo quebrado por el repiqueteo de la lluvia contra el suelo. Ese silencio se va haciendo denso y decido seguir mi camino dejando los tristes pensamientos en aquel banco.

Busco una parada de bus que me deje cerca del Soho, pues aunque no esté demasiado lejos me espera una larga noche de caminata.

Con las teclas del piano sonando como olas que se estrellan tranquilas en una orilla, encuentro por fin el poste azul de la parada y agarro dos billetes de 1 dólar y los 25 peniques, porque el autobús acaba de aparecer como de la nada.

Me acomodo en un desgastado asiento junto a la ventanilla. A través de los cristales puedo ver como el piano sigue el mismo recorrido. Miro a mi alrededor alarmada pero los pocos viajeros que hay están entretenidos en sus asuntos. Algunos dormitan y yo intento en vano bajar el volumen a mis pensamientos.

Tras unos minutos llega el momento de bajarme en Canal St, el piano me espera a unos pasos del poste. Necesito reponer fuerzas antes de adentrarme en el  Soho, algo rápido pero nutritivo. Enseguida encuentro una pastelería que me seduce y pido un irresistible «New York Cheese Cake». For here or to go?, me pregunta el pastelero; for to go please. (mi inglés es de andar por casa y en casa no hablo inglés)

Salgo a la calle degustando la deliciosa porción de cielo y el piano me regala con una versión de «Night and Day», de la maravillosa Ella Fitzgeral. Y mientras me adentro en el corazón de hierro de este excitante barrio voy tarareando; noche y día, día y noche, sólo tú bajo la luna y bajo el sol, sí cerca de mí…, ¡ah, mi querida Nueva York!.

New York Cheese Cake


Ingredientes:

Para la base:

  • 300 gramos (1 y 1/2 taza) de migas de galletas oreo (las venden sueltas o desecháis la crema)
  • 185 gramos de mantequilla derretida (3/4 de taza)
  • 3 cucharadas de azúcar

Para el relleno:

  • 3 yemas de huevo
  • 3 claras a punto de nieve
  • 2 cucharadas de maicena
  • 1 taza de azúcar
  • 1 taza de crema de leche o nata
  • 500 gramos de queso philadelphia o similar (2 tarrinas)
  • la ralladura de 1 limón o una lima
  • 1 cucharadita de esencia de vainilla

Para la crema de baileys:

  • Un chupito de crema de whisky (1/8 de taza)
  • 100 gramos de azúcar (1/2 taza)
  • 50 ccl de lata líquida (1/4 de taza)

Preparación:

Derretimos la mantequilla en el microondas.

Si no tenemos las migas de galleta oreo trituradas, separamos todas las galletas del relleno y las limpiamos para quitar los restos. Pesamos los 300 gramos y metemos las galletas en la picadora hasta dejar unas migas finas. Otra opción es meterlas en una bolsa de plástico y machacarlas con un rodillo hasta que tengan la consistencia deseada.

Mezclamos las migas con las 3 cucharadas de azúcar y con la mantequilla, hasta tener una masa consistente.

Extendemos en la base de un molde desmontable de tamaño medio y horneamos de 5 a 8 minutos en el horno precalentado a 180º. Dejamos enfriar.

Mientras se enfría la base, deshacemos la maicena en una pizca de leche. Mezclamos el queso con las yemas, el azúcar, la maicena desleída, la ralladura de limón y una cucharadita de extracto de vainilla.

Batimos las claras a punto de nieve y las incorporamos a la mezcla anterior con movimientos envolventes.

Previamente untadas de mantequilla derretida las paredes del molde, vertemos la mezcla sobre la base horneada y le damos un par de golpecitos suaves a la base para que se asiente todo.

Metemos el molde en el horno esta vez a 170º, con calor arriba y abajo, durante unos 45 minutos, vigilando de vez en cuando que no se ponga demasiado dorada la parte superior y poniendo un papel de aluminio sobre ésta si fuera necesario.

En los últimos minutos, si metemos una brocheta en el centro, debe salir ligeramente cremosa, no limpia.

La tarta debe temblar ligeramente en el centro cuando la saquemos, así quedará melosa y tendrá la textura de una auténtica New York Cheese Cake.

Para desmoldar, una vez fría pasaremos un cuchillo grande mojado en agua caliente por todos los bordes, mojándolo unas cuantas veces.

En caso de tener un soplete de cocina, pasarlo por todo el perímetro exterior del molde y por último comprobar con un cuchillo mojado en agua caliente si se ha despegado bien.

Guardar en la nevera al menos por 3 o 4 horas y servir acompañada de tofee de bailey.

Para el tofee ponemos el azúcar en una sartén con unas gotas de agua, al mismo tiempo calentamos la nata con la crema de whisky.

Cuando el azúcar se ha convertido en un bonito caramelo rubio, incorporamos sin parar de remover la nata caliente con el whisky. Damos unas vueltas para que todo se integre, y cuando se enfríe lo ponemos en la nevera hasta el momento de servir. ¡Delicius!

Su delicioso sabor y la textura esponjosa y agradable al paladar, unido al crujiente de la galleta os transportará a una pequeña esquina de un barrio concurrido y alegre de los muchos que tiene Manhattan, os hará soñar…

ARROZ NEGRO CON CREMA DE PIMIENTO, QUEDARÁS CONTENTO

17 Oct

Uno llegar a incorporarse al día

dos respirar para subir la cuesta

tres no jugarse una sola apuesta

cuatro escapar de la melancolía

cinco aprender la nueva geografía

seis no quedarse nunca sin la siesta

siete el futuro no será una fiesta

y ocho no amilanarse todavía

1.986 Mario Benedetti; «Memorándum», preguntas al azar

Uno; levantarse dando la mano al nuevo día.

Dos; invitar a desayunar al optimismo.

Tres; recargar tu alma y tu organismo.

Cuatro; mirar al pasado sin melancolía.

Cinco; jugar al escondite con la alegría.

Seis; llenar de flores tus ventanas ahora mismo.

Siete; sonreír y desterrar el ostracismo.

Ocho; tener años y sentirte joven todavía.

Concha García; » Utopías que a veces son realidades «

Arroz negro con chocos

Ingredientes para 4 personas:

500 gramos de arroz (son 125 por persona ya que es un arroz con poco acompañamiento)

2 chalotas

1 tomate grande maduro

2 dientes de ajo

1 pimiento italiano

1 choco grande de aproximadamente 800 gramos, o 2 medianos

2 litros de caldo de pescado (puede ser en tetrabrik)

4 o 5 sobres de tinta  congelada de calamar o las tintas de 5 calamares frescos.

sal y aceite de oliva.

Para el ajo

2 o 3 dientes de ajo, según guste más o menos fuerte

1 huevo grande

200 cl de aceite de girasol y 100 cl de oliva virgen o todo de oliva, según guste de fuerza

Un chorrito de limón y un pellizco de sal.

Para la crema de pimientos dulces:

1 frasco de pimientos del piquillo

1 pellizco de azúcar

1 pellizco de sal

Un chorrito de aceite de oliva

Preparación paso a paso:

Hacemos lo primero el ajo, poniendo en el vaso de la batidora el aceite de girasol y de oliva, los ajos cortados groseramente, el huevo, el chorrito de limón y la sal a gusto.

Introducimos hasta el fondo del vaso la batidora y accionamos el botón a velocidad fuerte, sin moverlo hasta que veamos que van ligando los ingredientes. Entonces la movemos de abajo a arriba hasta que emulsione toda la mezcla. Suele salir bien espeso y no es lo mismo que el alioli que se hace a mano en el mortero, con yemas de huevo, el ajo machacado y un hilo de aceite, moviendo sin parar, sin ningún tipo de ácido y por tanto mucho más fuerte de sabor, aunque rico rico rico. Guardamos en la nevera.

A continuación hacemos la crema de pimientos que es opcional, si queremos acompañar el arroz con ella, o montarlo en un aro como yo he hecho:

Sacamos y escurrimos los pimientos y los ponemos en el vaso de la batidora y le añadimos la sal, el azúcar y un chorrito de aceite de oliva y batimos hasta obtener una crema más o menos espesa en función de la cantidad de aceite. Reservamos en la nevera.

Lavamos y cortamos la sepia en trozos más bien medianos y cortamos las chalotas, el ajo, los pimientos y el tomate en trozos pequeños.

Ponemos tres cucharadas de aceite en la paella o en una sartén antiadherente y cuando el aceite esté fuerte doramos la sepia, evitando que baje la temperatura y que suelte agua. Cuando comience a agarrase la apartamos, ponemos otra cucharada de aceite y vamos rehogando por orden: la chalota con el ajo, el pimiento y por último el tomate, hasta que éste último reduzca un poco.

Rehogamos

Poner el arroz y rehogar el conjunto. A continuación añdimos el caldo o el agua calientes y por último las tintas que hemos machacado con un poco de sal, y diluido en un poco de agua o  caldo.

Rectificar de sal y subir el calor. Hervimos el arroz a fuego fuerte los cinco primeros minutos, los trece restantes a fuego medio y los dos últimos lo dejamos reposar tapado fuera del fuego.

Una vez listo lo servimos de la siguiente manera:

Ponemos un aro mediano untado con un poco de aceite en el centro del plato y ponemos en el fondo una capa de arroz.

Encima una capa de la crema de pimientos que hemos entibiado en el microondas y por último otra capa de arroz negro.

Quitamos con cuidado el aro y servimos acompañado de la salsa de ajo.

Delicioso y con una presentación diferente y divertida.

Nueve; sembrar las utopías de realismo.

Diez; clasificar los buenos momentos por categorías….

TARTA HELADA AL WHISKY CON HILOS DE CARAMELO

3 Ago

Tarta helada al whisky

Ingredientes:

  • Dos discos de bizcocho para tartas
  • 3 huevos grandes XL o 4 grandes
  • 150 gramos de azúcar
  • 200 gramos de nata montada
  • 75 cl de whisky o un chorrito más, según el gusto
  • 3 hojas de gelatina
  • 25 gramos de azúcar glasé para montar la nata
  • Un molde desmontable redondo de tamaño medio

Para caramelizar la superficie:

  • 75 gramos de azúcar moreno y un soplete de cocina ó
  • 100 gramos de azúcar blanca para hacer un caramelo rubio

Para el almíbar:

  • 100 cl de agua
  • 100 gramos de azúcar
  • Un chupito de whisky

Para los hilos de caramelo:

  • 100 gramos de azúcar
  • 10 cl de agua (un dedo)
  • Un rodillo untado en aceite
  • Un tenedor

Elaboración:

Lo primero es hacer un almíbar a partes iguales de azúcar, agua y el chupito de whisky. Si queremos añadimos un chorrito de crema de whisky.

Hervimos un par de minutos removiendo para disolver el azúcar y lo bajamos otros 3 minutos a fuego mínimo. Dejamos que se entibie para después bañar el bizcocho.

Ponemos las 3 hojas de gelatina a remojar en un cuenco con agua fría que las cubra durante unos minutos.

Cortamos los dos discos de bizcocho a la medida del molde desmontable.

Separamos las claras de las yemas y las ponemos en dos cuencos.

Montamos la nata con 25 gramos de azúcar glasé y reservamos en la nevera. (Si queremos ahorrarnos trabajo se puede utilizar nata montada industrial o crema doble, ya que al llevar la gelatina el resultado es muy parecido)

Montamos las claras bien duras y reservamos en el frío también.

Echamos el whisky  en un cazo sin que llegue a hervir y apartamos. Disolvemos en él las 3 hojas de gelatina bien escurridas y dejamos que se temple.

Ponemos una olla con agua a calentar y cuando esté a punto de hervir la apartamos del calor.  Ponemos al baño de María un cuenco que no llegué a tocar el agua. Echamos las yemas y el azúcar y  batimos rápidamente (para que no se cuajen las yemas) hasta que blanqueen. Añadimos el whisky con la gelatina y seguimos batiendo rápidamente.

Le añadimos con movimientos envolventes la nata montada y cuando esté integrada ponemos las claras montadas, mezclando de abajo a arriba.

Engrasamos con mantequilla un molde mediano desmontable y le ponemos un primer disco de bizcocho apretándolo bien. Lo empapamos bien del almíbar de whisky y le añadimos la mitad de la crema.

Esperamos a que se solidifique en la nevera por unos 20 minutos y le colocamos el segundo disco de bizcocho apretando también y bañándolo en el almíbar restante.

Ponemos sobre el bizcocho la otra parte de crema de whisky. Si no tenéis soplete de cocina, hacéis un caramelo rubio con 100 gramos de azúcar blanca y lo ponéis sobre la crema de whisky. Metemos en el congelador por 3 horas.

Si vais a usar el soplete al sacar del congelador espolvoreáis toda la superficie con azúcar moreno y la quemais con el soplete hasta que esté bien dorada.

Volvemos a meterla en el congelador por unas horas hasta que tome consistencia y hacemos los hilos de caramelo que pondremos por encima en el momento de degustarla.

Para elaborar los hilos de caramelo es mejor contar con ayuda.

Necesitamos un rodillo que habremos untado con un poco de aceite.

Una vez esté listo el caramelo rubio, esperamos un minuto o un poco más hasta que al meter un tenedor y levantarlo, el caramelo haga hilos. (Os recomiendo que ensayéis con varios tenedores porque debéis usar uno limpio para hacer los hilos)

En ese momento los vamos poniendo sobre el rodillo sin bajar el tenedor y haciendo rodar para que quede como una pulsera.

Cuando no salgan más hilos volvemos a coger un poco más de caramelo estirando con cuidado y enredándolo de nuevo en el rodillo que debe hacer un movimiento en zig zag o dar vueltas para recoger todo el hilo.

Esta maniobra debe ser rápida porque el caramelo se endurece enseguida y ya no se puede manejar.

Una vez hechos los hilos, los retiramos por uno de los dos extremos del rodillo y reservamos en un plato.

Cuando la tarta esté bien consistente y fría, es decir al cabo de 6 o 7 horas, ya podemos sacarla para consumir y ponerle los hilos de caramelo en la parte superior.

Está deliciosa, aunque sea más blanquita que las tartas industriales, ésta tarta es… I M P R E S I O N A N T E.

Feliz cumpleaños cariño. Va por ti…

PASTEL FRÍO DE SALMÓN REFRESCARÁ MOGOLLÓN

28 Jul

¿Que tiene el Sur que a todos nos gusta?…

Aquí en la parte  Occidental de España el sol se despierta un poco más tarde. Merece la pena sentarse en la playa cuando se quita su pijama que huele a jazmín y dama de noche, y después de darse un baño refrescante allá en el horizonte, se eleva imponente frente a tus ojos.

En los minutos que preceden al amanecer todo sigue aparentemente dormido, pero es sólo una vaga impresión. En realidad el reloj de la naturaleza sigue su curso.

Decenas de pequeños ojos asoman por los agujeros que siembran la arena húmeda. Son los cangrejos que se despiertan para coger algo de comida antes de que lleguen los bañistas.

Las gaviotas aún perezosas se dejan acariciar por los primeros rayos del sol. Más tarde irán a la gran despensa salada donde se servirán un suculento desayuno.

Mientras la blanca espuma cubre tus pies, la mente se deja mecer por el sonido acompasado de las olas, por el olor a yodo y algas.

Dos hermosos caballos se acercan al trote hasta la orilla, levantando con delicada elegancia sus largas patas. Y cuando están a punto de entrar en el mar sus jinetes los hacen girar,  y tras una hermosa cabriola galopan de nuevo por la infinita playa.

La fina arena se cuela entre tus dedos dejando que tu mente se relaje y disfrute.  Agradables sensaciones van y vienen como la brisa, el sonido de las gaviotas y del mar.

Después te diriges al tranquilo pueblo  y ves como despierta lentamente. Los pequeños balcones cuajados de geranios en una explosión de color que contrasta con la blancura de las fachadas. Los ancianos van ocupando los bancos sin prisas para disfrutar en compañía del frescor de la mañana. Los camareros van preparando con repetidos bostezos las interminables mesas que en unos minutos se llenarán con la algarabía de niños y mayores.

En el mercado todos los puestos están montados y ofrecen un sinfín de productos de la tierra : rayas para cocinar en «amarillo», rapes para sopas, gambas rojas, mariscos vivos y «coleando», sardinitas deliciosas en una parrilla. Verduras exquisitas y frescas: espárragos blancos, pimientos para el gazpacho, tomates para el salmorejo cordobés, setas para un revuelto con langostinos de Sanlúcar…

De vuelta a casa por las calles aún llenas de frescor y quietud, huele a jazmines, a hierbabuena que crece en los hermosos patios cuajados de limoneros. A un nuevo día que empieza de la mejor manera que podría hacerlo. A pesar de la crisis, de las preocupaciones, a pesar de los pesares…

Y tras ese día, cuando se acerca la hora del crepúsculo, es bonito volver de nuevo a la playa. Y enseñar a tus hijos en silencio ese momento mágico en el que sol decide irse a dormir para traer de nuevo una fresca noche.

Pastel frío de salmón

Ingredientes para 6 personas:

  • 4 patatas grandes o 6 medianas
  • 350 gramos de salmón ahumado de buena calidad
  • variantes en vinagre
  • 350 gramos de bonito en aceite de oliva
  • Mahonesa
  • Tres cucharadas de margarina
  • Pimiento morrón
  • Aceitunas para adornar (optativo)

Elaboración paso a paso:

Pelamos, cortamos las patatas en ruedas finas y las cocemos hasta que estén tiernas. Las colamos y las pasamos por un pasapurés o un colador fino. Mezclamos, aún tibias con la margarina y las extendemos en un trapo de cocina limpio y humedecido o en una esterilla de bambú plastificada.

Extendemos unas cucharadas de mahonesa sobre la superfície del puré de patata.

Sobre la mahonesa ponemos los variantes bien escurridos, en la cantidad que nos apetezca o más nos guste. Al salmón le va muy bien el sabor ácido de los encurtidos; coliflor, zanahoria, pepinillo…, de la cantidad que le pongamos depende un resultado más ácido o menos.

Ahora disponemos sobre los encurtidos, el salmón cortado en trozos de unos  3 centímetros.

Ponemos el bonito escurrido sobre los trozos de salmón.

Si queremos le ponemos un poco más de mahonesa, y vamos enrollando despacio el pastel.

Cuando esté completamente enrollado lo dejamos con cuidado en una fuente bonita o una bandeja y retiramos la esterilla o el trapo húmedo que lo contenía.

Hemos cortado los bordes exteriores para dar una forma más bonita y lo adornamos como más nos guste. Primero untando bien toda la superficie con mahonesa y después colocando tiras de pimiento o aceitunas o unas huevas rojas o negras…

Una vez terminado metemos en la nevera por 3 o 4 horas. Al servir lo podeis acompañar de más mahonesa en una salsera.

Yo he cortado unos corazones de pimiento morrón y le he puesto unos pocos encurtidos y queda así de apetecible.

Servir y disfrutar.

Un abrazo a todos.

EMPANADA RÁPIDA DE ZAMBURIÑAS CON TOMATE…, RESULTADO; JAQUE MATE.

27 Jun

Empanada de zamburiñas

Ingredientes para una empanada mediana:

  • 2 placas de masa quebrada congelada o fresca
  • 1 lata de zamburiñas en salsa
  • 1 lata de bonito del norte en aceite de oliva
  • 1 pimiento italiano o unas tiras de pimiento morrón
  • 1/2 bote de tomate frito con cebolla
  • 15 o 20 aceitunas manzanillas sin hueso (opcional)
  • 1 huevo duro (opcional)
  • 1 huevo para pintar la masa

Elaboración:

Pochamos el pimiento en un chorrito de aceite, hasta que esté blandito. En caso de usar pimiento morrón lo cortamos en trozos medianos.

Cocemos el huevo y lo cortamos en trocitos pequeños. Cortamos las aceitunas en trozos.

Ponemos a calentar la salsa de tomate con cebolla y le añadimos el pimiento italiano pochado, el huevo, las aceitunas y las latas de zamburiñas y de bonito. Le damos unas vueltas para que se integren los sabores. Apartamos y dejamos enfríar.

Cortamos las placas con un cortapastas para darle forma bonita en los bordes, guardando los recortes que sobren para adornar la empanada. Extendemos el relleno en una de las dos placas, dejando el borde libre para poder sellarla bien.

Tapamos con la otra placa y sellamos bien, doblando los bordes y haciendo un agujero en el centro a modo de chimenea.

Adornamos con los recortes que han sobrado y pintamos con huevo batido.

Horneamos hasta que esté dorada y crujiente

Cortada queda así de jugosa.

A pesar de llevar ingredientes de lata, os va a sorprender su sabor.

Un abrazo a todos.

CALABACINES RELLENOS DE TXANGURRO JAPONÉS. PA LA CRISIS EL SURIMI TE LLENARÁ DE PLACER.

27 Jun

Al señor calabacín le va muy bien el sabor del marisquito. Con una lata de txangurro o unas barritas de surimi y algunas gambitas…, delicioso. Os aseguro que repetiréis .

Calabacines rellenos de cangrejo o surimi

Ingredientes para 4 personas:

  • 4 calabacines grandes, redondos o alargados
  • 2 puerros
  • 150 gramos de calabaza
  • La carne de vaciar los calabacines
  • 10 palitos de cangrejo
  • 12 gambas congeladas peladas (opcional)
  • 1 lata de carne de cangrejo (opcional y en ese caso sin gambas)

Para la bechamel de tomate:

  • 2 cucharadas de mantequilla
  • 1 cucharada de aceite de oliva suave
  • 2 cucharadas rasas de harina
  • 4 cucharadas de tomate frito
  • Leche caliente (la que admita hasta tener una bechamel ni demasiado ligera, ni demasiado espesa. Pimienta y una puntita de chili en polvo (opcional este último)
  • Queso suave para gratinar

Preparación:

Vaciamos los calabacines con un sacabolas o una cuchara.

Los ponemos a hervir en una olla con agua y sal, hasta que estén más bien al dente, es decir un poco blandos pero no demasiado o se romperán al rellenarlos.

Reservamos y vamos sofriendo el puerro cortadito en tres de cucharadas de aceite

Añadimos la calabaza en trozos pequeños y la carne de los calabacines. Sofreímos hasta que la verdura esté al dente.

Escurrimos el exceso de aceite, si lo hubiera, y reservamos. Vamos haciendo la bechamel con tomate.

Ponemos la mantequilla y el aceite en una sartén o cazo de fondo grueso, y cuando se caliente incorporamos la harina y hacemos un roux (que es la mezcla de la harina con la materia grasa, hasta que quede homogénea).

Cuando comience a dorarse un poco la harina, le vamos añadiendo poco a poco la leche, hasta obtener una bechamel ni demasiado fina ni demasiado espesa. Debe tener cierta consistencia pero resultar ligera al paladar.

Salpimentamos y ponemos el tomate, cuando le quede poco para estar lista, es decir a los 10 o 15 minutos.

Una vez lista la bechamel (los 12, 15 minutos necesarios para que la harina se cocine y no sepa a crudo y para obtener el punto deseado de consistencia) incorporamos el surimi en este caso troceado y las gambas si las hubiera, o la carne de txangurro troceada con la mitad del surimi.

Y las verduras que teníamos reservadas

Lo tenemos todo un minuto para que se integren los sabores y apartamos. Vamos rellenando los calabacines.

Espolvoreamos con el queso y gratinamos en el horno.

Los servimos acompañados de salsa de tomate

Deliciosos con una vinito blanco seco…, o un rosado bien fresco.

Otra opción sería hacerlos sin bechamel, poniendo arroz cocido y mahonesa con un poco de tabasco o tomate frito, y servirlos fríos.

Espero que os guste. Un abrazo a todos.

ARROZ CON CHIRLAS Y ALCACHOFAS. CON MOZART DE FONDO CREARÁS UNA ESTROFA.

13 Jun

Continuación de la entrada anterior

Había pasado un mes inmerso en los preparativos de la ópera y se disponía junto a Constanze a viajar a Praga. Justo antes de poner su pie en el escalón del carruaje apareció de nuevo, como de la nada, aquel siniestro personaje vestido de gris. Aquello  produjo una gran impresión en su ánimo. (Después se supo que era un lacayo al servicio del Conde Franz Walsseg, cuya joven esposa había fallecido con tan sólo 21 años. Por encima del dolor, el nada humilde Conde, quería permanecer en el anonimato para atribuirse la autoría del Réquiem, que dirigiría en un solemne funeral por su amada esposa)

Durante aquel viaje, no sólo la preocupación por el estreno ocupó sus pensamientos.

La ópera fue acogida con frialdad. Quizás porque asistieron muchos representantes de la alta sociedad vienesa que asistían a la coronación de Leopoldo II. Pero…, ¡Así es la mia vita! pensaría en su mejor italiano un decaído Mozart.

De regreso a Viena se puso a trabajar en el Réquiem. Y no sólo no dejó que su ánimo actuara en detrimento de éste, sino que a la par, preparó junto a Enmanuel Schikaneder, los ensayos de la ópera «La flauta Mágica» que venía componiendo desde Mayo y que tanto éxito le reportaría, sin el saberlo aún.

Fue al final del verano cuando comenzó a sentir los síntomas de la enfermedad, pero continuaba con su labor musical, día tras día. Intentando asimilar los fracasos y dando la justa importancia a los éxitos. ¡Fabricando belleza! ¡Regalando elegancia!.

Ni una inteligencia sublime, ni una gran iluminación, ni las dos cosas juntas forman el genio. ¡Amor!, eso es el alma del genio. (Contestaba Mozart a aquellos que frivolizaron con su talento)

La gente se equivoca al pensar que mi arte viene fácilmente a mí. Te aseguro que nadie ha dedicado tanto tiempo y pensamiento a la composición como yo.

El 30 de Septiembre, «La Flauta Mágica» se estrenaba ¡en Viena!, con un éxito absoluto.

Mozart, a pesar de sentirse débil, dirigía la ópera cada día y devolvía poco a poco las deudas que había contraído con sus amigos. Pasadas unas semanas experimentó una gran mejoría que le hizo pensar que la enfermedad remitía.

Tanto es así que animó a su querida Constanze para que partiese a Baden donde acudía regularmente para darse curas de aguas.

Todo parecía ir bien y Mozart continuaba con la composición del Réquiem. Como era su costumbre cuando componía no terminaba la obra al completo, sino que dejaba espacios en blanco de los que se sabía capaz de recordar pasado un tiempo. Tras el cual, completaba los huecos vacíos. Así aprovechaba al máximo el tiempo de trabajo, lo que le permitía llevar varias obras a la vez.

¡Seguro que se sonreiría al recordar como terminó su concierto para piano nº 27, gracias a esta técnica de composición!. ¡Tres años estuvo guardado hasta que lo rescató y completó!

¡Increíble talento y prodigiosa memoria!…, para ser considerado un simple «sirviente». (Los músicos de la Ilustración eran catalogados como ciudadanos de tercera. Mozart nunca se identificó con ese rol social. Un buen ejemplo es su ópera «Las bodas de Fígaro», donde el papel del sirviente (Fígaro) cobra mayor relevancia que el del Conde)

Pero pasados unos días, Mozart se sintió enfermo de nuevo. Debilitado y más susceptible, el Réquiem lo hundía más en la melancolía. Comenzó a obsesionarse con el hombre de gris en quien veía a un mensajero que venía acompañado de siniestros presagios.

De vuelta a Viena, una preocupada Constanze que había pedido consejo al médico de la familia, recomendaba a Mozart que aparcara por un tiempo el Réquiem y se dedicara a componer otras piezas, o simplemente descansara. (Nadie pensaba que fuera víctima de una grave enfermedad que hasta hoy se desconoce. Se barajaron varias causas: triquinosis, fiebre reumática, fiebre de mijo, etc. Hoy se piensa que pudo ser una faringitis que desencadenó con el tiempo en una inflamación renal, siendo ésta última la causante de su muerte)

Hizo caso a su esposa, y durante unos días se encontró mejor.

Ya en el balneario de nuevo, recibía sus optimistas cartas:

¡Amor ¡única!, están volando 2.999 besitos y medio, que esperan que los caces al vuelo. ¡Atrápalos en el aire!. Tu amado esposo.

¡Que lejos estaban los dos de pensar que a Mozart apenas le quedaban unas semanas de vida!

¡Cuanto la amó, y que feliz fue a su lado, a pesar de la tristeza que siempre le causó el que nunca fuese aceptada por su padre y su hermana Nannerl!

Constanze no es guapa, pero tiene unas facciones armónicas. Es mujer capaz de organizar su casa, a sus hijos y todos los papeleos que tanto detesto. Su belleza sale de dentro y es por eso que la amo tanto. Había escrito un Mozart lleno de sinceridad, pocos años después de su matrimonio.

En estos días compuso el «Concierto para clarinete Kv,622». Animado por la mejoría escribiría: No sé porqué dije todas esas tonterías, en verdad me siento lleno de vitalidad y de fuerza. Y siendo como era, un hombre responsable, retomó el encargo de la misa de difuntos.

Entrado Noviembre su salud empeoró de nuevo. Sus cartas a Constanze eran tranquilizadoras y contenían el tono burlón y jocoso que empleaba con Süssmayr. (El discípulo de Mozart, dado el grado de confianza de que gozaba por parte del matrimonio, acompañó en varias ocasiones a Constanze durante sus curas)

Pero a pesar del tono tranquilizador, Mozart comenzaba a percibir que la enfermedad era más seria de lo que parecía. Que los síntomas no eran fruto de su carácter aprensivo, sino que realmente estaba muy enfermo. Esta vez fue consciente de que de verdad…, se moría.

Desde que había ingresado en la Masonería, su idea de la muerte, había adquirido unas connotaciones diferentes.

La muerte es la real finalidad de nuestra vida. Por ello es que de unos años a esta parte he hecho relación con esta verdadera amiga del hombre.

El haber pertenecido a esta Logia le había permitido aumentar sus conocimientos, tener mayores posibilidades de intercambiar ideas con otros intelectuales, o afianzar sus ideas sobre la igualdad entre los hombres, pero nunca dejó de ser un fiel seguidor de la Iglesia Católica.

En la época en que Mozart y su padre Leopold entraron a formar parte de la Francmasonería, ésta era considerada «Una prolongación ilustrada» de las creencias cristianas. Ser católico y masón no era excluyente, sino absolutamente compatible.

A pesar de sus ideas reconfortantes sobre la muerte, sintió el lógico temor e incertidumbre que experimenta todo hombre cuando intuye cercano ese momento. Pero incluso en aquellas circunstancias, primero era la obligación.

Hizo llamar a Sÿssmayr para darle instrucciones. No había tiempo para terminar el Réquiem y quería explicarle detalladamente como tenía que concluirlo.

Más no preocupó a su esposa; la familia de ésta lo visitaba a diario para cuidarlo y darle calor y apoyo. Sus amigos continuaban frecuentando su casa e incluso lo ayudaban en los ensayos.

Pasados unos días, su cuerpo estaba tan hinchado, que a penas podía moverse. Sufría vómitos y grandes dolores. Pero a pesar de todo repasaba mentalmente su Réquiem.

La parte vocal del «Confutatis» parece el espejo de los dictados de su alma en aquellos últimos días:

Rechazados ya los condenados

Llámame con los bienaventurados

Suplicante y humilde te ruego

Apiádate de mi última hora

La Lacrimosa, una de las partes más bellas y tristes del Réquiem, sólo pudo ser completada hasta el 8º compás.

Durante el ensayo cantó como pudo la parte de tenor y rompió a llorar. Quizás consciente de que nunca la podría terminar, o tal vez porque la letra reflejaba su situación con una sinceridad desgarradora:

Oh, día lleno de lágrimas

En el que el hombre resurgirá de las cenizas

Para ser juzgado por ti

¡Perdónales, Dios!

Piadoso Jesús

Dáles descanso eterno, Amen.

Habían pasado dos días desde que se despidiera de sus amigos, cuando le dijo a su cuñada Sophie:

Ahora debo irme tranquilamente, tal como me fue posible vivir. Ahora debo dejar mi arte, tal como me liberé de la esclavitud de la moda, rompí las ataduras de los especuladores y gané el privilegio de seguir mis propios sentimientos para componer libremente lo que mi corazón dictó.

Debo dejar a mi familia y a mis pobres hijos en el mejor momento en que podría haber cuidado de ellos.

¡Como me habría gustado escuchar mi Flauta Mágica una vez más!…

Sobre la medianoche comenzó a tener mucha fiebre y se hizo llamar al médico, que le puso unas compresas frías. La brusca bajada de temperatura provocó que perdiera el conocimiento…, ya no lo volvería a recuperar.

A las 12.55 de la madrugada del 5 de Diciembre de 1.791, Mozart dejó de respirar.

Su cuñada contaría más tarde que sus últimos suspiros parecían imitar los timbales del Réquiem.

No fue ni lluvioso ni demasiado frío, aquel 6 de Diciembre, sino un suave y fresco día de invierno. Después de haber cubierto su frágil cuerpo con una capa negra, quince compañeros de la Logia, con guantes y mandiles blancos, pusieron una rama de madera de acacia en la cabecera del ataúd. Entrando por la puerta Oeste de La Catedral de San Esteban, se dirigieron a la Capilla del Crucifijo, situada al aire libre. Colocaron el ataúd sobre un catafalco y tuvo lugar la bendición eclesiástica, para salir de nuevo al lado Norte de la Catedral, donde el coche fúnebre aguardaba para trasladar el féretro al cementerio de San Marx.

A su funeral asistieron sus amigos. Haydn, que no pudo estar presente porque residía en Londres, lo hizo con el corazón. Salieri estaba allí, apenado y en un segundo plano para no restar importancia al gran músico.

Constanze, rota por el dolor de la inesperada muerte, reunió el dinero (8 florines con 56 kreutzer) para pagar el entierro que le correspondía como músico: Un entierro de tercera clase, sin lápida, en una fosa comunitaria simple.

Fue enterrado con la única compañía del empleado del cementerio, porque así se hacía en una época en la que los camposantos eran foco de graves enfermedades.

Tiempo después Constanze obtuvo un permiso para colocar una lápida en la tumba de tierra, pero el empleado había olvidado el lugar exacto. Hoy día hay una horquilla de pocos metros cuadrados, alrededor del lugar donde se supone está enterrado el genial compositor. Una estatua nos recuerda el sitio aproximado donde descansa.

Como ha ocurrido con otros muchos artistas, al morir, el público se volcó en su música otorgándole una popularidad que perdura hasta nuestros días. ¡Una vez más el reconocimiento llegó tarde!.

Aunque sufrió la incomprensión del público, Mozart nunca dio demasiada importancia a los premios. Como aquella medalla de la «Orden de la Espuela de Oro» que le otorgó el Papa Clemente XIV, por haber sido capaz de copiar de memoria el Miserere de Allegri, guardado celosamente por el Vaticano. No la usó nunca ni la mencionó. (Le podía haber costado la excomunión pero tal proeza debió caer en gracia al Papa). Sin proponérselo había contribuido a que el Miserere de Gregorio Allegri estuviese al alcance de todos los mortales.

Ni tan siquiera en aquella ocasión, con tan sólo 14 años, lo imagino pavoneándose con su medalla. Sin embargo me encantaría poder escuchar su fuerte risa al recordar con su padre, cómo dos días después de copiarlo, regresó al Vaticano para oírlo de nuevo. (Sólo era interpretado dos veces al año; miércoles santo y viernes santo)

Dentro de su sombrero cuidadosamente doblado, llevaba el Miserere, que sacó con disimulo entre la multitud. ¡Se había arriesgado a perder su prestigio sólo para tener la oportunidad de corregirlo!.

Ese es el Mozart que queda en mis pensamientos: ¡El hombre que vivió absolutamente volcado en la música!. Ni siquiera la muerte fue capaz de robarle su alma de niño travieso y pícaro. Con un último guiño nos dejó su mayor tesoro. Y allí, en cada partitura, en cada nota…, está su alma. ¿Podéis oír sus carcajadas?.

Mozart se expresaba no solo con el alma, sino también con el aroma de su época, en toda la complejidad de sus deseos, sus luchas y la ambivalencia. A menudo nos encontramos con una actitud condescendiente hacia él, a su música. «Es muy agradable pero no para mí», dicen estas personas. «A mí me devuelve la pasión Beethoven o Brahms». Estos comentarios sólo revelan una cosa: ¡Esta gente no sabe de Mozart!.

Charles Gounod.

Para los más escépticos:

Minueto K 355. Es una composición única. Quizás fue un experimento, pues se desconoce la finalidad del mismo. Dicen que si la escuchas con el corazón se ven sonidos tan novedosos que recuerdan al muy posterior Jazz.

Quinteto para clarinete, K 581…, simplemente traspasará tu fibra y esa muralla de escepticismo.

Misa en Do mayor, K 427. Extrañamente no fue una misa por encargo. Se desconocen los motivos por los que la compuso. Se saltó todas las reglas establecidas para una misa (como no escribir sólo voces, no durar más de 45 minutos, etc), dejándose llevar por su impulso. (Imagino al pobre Leopold, prudente y obediente, viendo su puesto de trabajo en peligro. Colloredo estallando en ira y dando toques de orden a un Mozart, que harto de estar sometido presentaba su carta de renuncia)

Concierto para piano nº20, K466. Es una de sus piezas más bellas. Escrita en la misma tonalidad (menor) que el Réquiem o la ópera Don Giovanni, es una de las más dramáticas de su producción. En contra de lo que algunos piensan cuando la tachan de Beethoviana, fue al contrario, una fuente de inspiración para Beethoven, que admiraba profundamente este concierto y lo mantuvo en su repertorio durante sus inicios. Escribió varias cadenzas del mismo que se siguen interpretando actualmente. (Una cadenza, o cadencia es una porción de un concierto, improvisada o escrita, en el que la orquesta deja el protagonismo a un instrumento solista. Mozart escribió una en el final y el 3º movimiento de su Sonata para piano, K, 333. Las cadencias que escribió Beethoven para el concierto para piano de Mozart, K, 466,  fueron para la 3ª y los primeros movimientos del mismo)

Hay quien define este concierto para piano, K, 466 como ¡MÚSICA ABSOLUTA!

Ya suena su Pequeña Serenata Nocturna mientras elaboro este delicioso arroz, viendo las verdes praderas al frente. No es una metáfora, os lo prometo. El campo, Mozart, y yo cocinando…

¡Bienvenido, mi querido Amadé!.

Arroz con alcauciles y chirlas

Ingredientes:

  • 400 gramos de arroz «bomba»
  • 8 alcauciles (o alcachofas) medianos y tiernos
  • 1 diente de ajo
  • 350 gramos de chirlas
  • 200 gramos de gambas congeladas (optativo)
  • 2 o 3 tiras de pimiento rojo de asar
  • Un tomate maduro grande rallado
  • Un poco de harina para «la blanqueta», o limón
  • Unas hebras tostadas de azafrán
  • Colorante alimentario (por si quieres subir un poco más el color)

Preparación:

Tenemos preparado un recipiente hondo con agua y harina, o con agua y varias rodajas de limón, o perejil. Son antioxidantes que ayudarán a que los alcauciles no se pongan oscuros, tras cortarlos.

Lavamos y cortamos las tiras de pimiento y las sofreímos en 6 cucharadas de aceite de oliva.

Sacamos del aceite y reservamos. Ponemos el ajo cortado en trocitos pequeños y cuando se comience a dorar, soltando así todo su aroma, incorporamos una chalota pequeña o media cebolleta cortada muy pequeñita. Dejamos hasta que esté transparente y echamos el tomate rallado.

Incorporamos, si queremos unas gambas congeladas, cuando esté el tomate. Sólo tienen que cambiar un poco de color y las sacamos. Las reservaremos a parte y las incorporaremos en el último minuto, antes del reposado. Así conseguiremos sacarles más sabor.

Una vez hemos sacado las gambas, apartamos el sofrito y limpiamos los alcauciles de la siguiente manera: Los lavamos bien y le quitamos las hojas más duras del exterior. Quitamos la pelusilla que tienen a veces en el centro y los partimos en cuatro trozos, o en dos, según lo grandes que sean. Inmediatamente los metemos en la blanqueta, que en mi caso no ha sido tal, sino agua con limón, pues su sabor le va bien a este arroz.

Tostamos el azafrán, metiéndolo en papel albal y dejándolo 1 minuto en una sartén, bien caliente. Preparamos el arroz, dejando para lo último las alcachofas. Calentamos el sofrito, si se ha enfriado, añadiendo las tiras de pimiento. Echamos las chirlas, que hemos tenido metidas en agua con sal y enjuagado después abundantemente, hasta que no tengan arena. Las escurrimos bien y les damos unas vueltas con cuidado, e incorporamos el alcaucil,  el arroz y el azafrán. (También se pueden sofreír aparte, como he hecho yo, para evitar que se rompan)

Una vez hemos puesto todos los ingredientes, cubrimos con el agua; el doble y un poquito más que de arroz, y le añadimos un poco de colorante alimentario y la sal al gusto.

Cuando falten unos minutos, probamos de sal y el punto de cocción. Apartamos según lo queramos más entero o menos el grano, a los 17, 18 minutos de cocción. Cubrimos con papel de aluminio por completo y dejamos reposar; 3 o 4 minutos.

Servimos y disfrutamos juntos.

¿Veis lo que os dije del campo verde?. Un plato económico y riquísimo. Nada que envidiar a los arroces con marisco que hoy pueden degustar unos cuantos menos…, entre los que yo me encuentro. ¿Creéis que un plato así no produce la misma felicidad?. ¡Probadlo por favor!…, ya me contaréis.

Un beso.

HOJALDRES DE NATA Y DULCE DE LECHE, MIENTRAS MOZART EL ALMA ENNOBLECE.

9 Jun

Como el maná que cayó del cielo. Como el agua de un oasis que hace crecer las palmeras en medio del desierto; la música de Mozart  alimenta mi alma.

Me ayuda a meditar y a asomarme al balcón de las ilusiones, que junto al de la realidad, tienen desgastadas las losas por igual. Porque es bueno sentirnos de vez en cuando «niños construyendo ilusiones» o imaginar que tocamos el cielo con la palma de la mano.

En forma de Sinfonía («40 y 41, Júpiter»). De ópera, (especialmente: «Don Giovanni»  «La Flauta Mágica» y «Las Bodas de Fígaro») o de conciertos para piano y orquesta. Disfrutando su exquisito «Quinteto para clarinete, K 581» o su traviesa y pícara «Pequeña Serenata Nocturna».

Pero estas últimas semanas mi ánimo pide insistentemente su maravillosa «Misa de Réquiem», y día tras día, me tomo el tiempo necesario para escucharla y sentirla en lo más profundo de mi corazón.

Escucho el Réquiem completo y después los motetes: «Ave Verum Corpus» y  «Exultate Jubilate».

El sentimiento de dulce congoja que perdura tras el Réquiem, se suaviza con un «Ave Verum» esperanzador. Y concluye, con un «Exultate Jubilate» lleno de alegría y entusiasmo. El de un joven Mozart lleno de proyectos e ilusiones, que continuaron a lo largo de su corta pero intensa existencia. Pues si algo es cierto entre tantas leyendas, es que el genial músico conservó casi hasta el final de su vida un alma de adolescente pícaro y alegre, rebelde y soñador.

Tal vez por eso, su Réquiem sea tan impactante y nos llegue al corazón de una forma tan desgarradora. Porque el hombre optimista y alegre que coexistía con el gran artista, se marchitaba, a la par que su genialidad permanecía intacta, y quizás más sincera que nunca.

Al escucharlo el ánimo se debate; entre lo sobrecogedor de la muerte, y una intensa paz. Sentimientos antagónicos que se vienen repitiendo a lo largo de todo el Réquiem en una perfecta armonía.

El  «Dies irae», ¡es tan hermoso como perturbador!:

Dies irae, Dies illa. Día de ira aquel día

Quantus tremor est futurus. Cuanto terror habrá en el futuro

Quando judex est venturus. Cuando venga el juez

Cuncta stricte discussurus. A exigirnos cuentas rigurosamente…

La parte vocal y la instrumental se unen en un todo indisoluble. La sensación de un Dios todopoderoso, dueño de nuestro destino, se hace cada vez mayor. Pero no, no es eso lo que te encoge el corazón: Es él, que te habla una vez más, para decirte como se siente.

La indecisión y angustia del corazón se expresa en un crescendo; y los murmullos y suspiros se dan por apagados primero con violines y con una flauta al unísono…

Sólo tienes que escuchar lo que te dice a través de su música:

No puedo escribir en verso, no soy poeta, no soy pintor, no soy danzarín…, pero puedo a través del sonido: ¡Yo soy músico!.

Cuanto más escucho el Réquiem, más me entristece pensar en sus últimos momentos. El esposo y padre, el amigo de sus amigos, ¡el hombre sensible e inteligente, que dominado por el pesimismo, llegó a estar convencido de estar escribiendo su propia misa de difuntos!.

¡Cuantas leyendas y fantasías han corrido a cerca de los últimos días de Mozart !

Desde Salieri, que tras la muerte de Mozart, fue víctima de un dañino rumor  que le acusaba de haberlo envenenado.

Viene a mi memoria la escena de la película «Amadeus», en la que un anciano y decadente Salieri le confiesa al sacerdote: ¡yo he matado a Mozart!.

Cien años después de que la leyenda negra sobre el músico italiano permaneciera «dormida», Milos Forman contribuye a despertarla y avivarla.

Shaffer vuelve a retratar al mismo Salieri mediocre y lleno de rencor que escribió para el teatro. A un Mozart histriónico y demasiado frívolo; vulgar y bobalicón. Un personaje misterioso cubierto de una máscara y una capa oscura tras la que se esconde Salieri, que en una «alegoría de la propia muerte», realiza el encargo de la misa de difuntos. El «clímax» del músico italiano mientras escribe al dictado de un Mozart moribundo las primeras notas del «Confutatis».

¿Mozart instigado por Salieri para completar su Réquiem?. ¿Esto lo escribió un Shaffer que afirmaba admirar y conocer profundamente su obra?. ¿Te resultaba más atractivo para una deslumbrante película cambiar a Süssmayr  por Salieri?.

Ante tanta inexactitud, una de los pocas verdades que ha reflejado sobre su personalidad parece llegar a mis oídos; su risa estridente y contagiosa.

Según Shaffer el guión no pretende reflejar la verdadera vida de Mozart, sino mostrar el «antediluviano» concepto del hombre enfrentado a Dios. Un hombre, Salieri, que se atreve a retar al mismísimo Dios, destruyendo a su mayor creación: Mozart.

A pesar del empeño de algunos en desprestigiarlo, Salieri fue un buen músico, que llegó a impartir clases, a Beethoven, Liszt o Schuber, entre otros… Tras la muerte de Mozart  fue profesor de uno de sus hijos, algo que su viuda no hubiese permitido si hubiese dado pábulo a la leyenda negra. (Mozart tuvo 6 hijos de los que sólo sobrevivieron dos varones: Karl Thomas y Franz Xaver que heredaron el talento musical de su padre, aunque sólo Franz se dedicó profesionalmente a la música) ( Salieri, junto a otros dos maestros, fue tutor del pequeño, quien llegó con el tiempo a ser un gran compositor)

Acusado por algunos de intentar «reventar» algunos estrenos operísticos de Mozart, como «Las Bodas de Fígaro», demostró en no pocas ocasiones, que él admiraba profundamente su música: por ejemplo cuando fue nombrado «Kapellmeister» (Maestro de Capilla) de la corte de Viena. En la ceremonia de nombramiento, lejos de elegir una de sus propias óperas, decidió que se reestrenara «Las Bodas de Fígaro», aún cuando no era del agrado del Emperador que consideraba la ópera demasiado frívola y cargada de ideas políticas ( por cierto, Mozart con motivo del estreno ya había cambiado el libreto, eliminando las partes con referencias políticas y suavizando su carga amorosa). O cuando Mozart estrenó su «Quinteto para Clarinete» en la Sociedad Vienesa de Compositores, siendo Salieri el presidente de la misma.

A pesar de compartir un amigo común, Haydn, la relación entre Salieri y Mozart fue estrictamente profesional. Algunas cartas del compositor Vienés reflejan una relación cordial entre ambos, lo que no implica que discreparan en sus ideas más de una vez, algo normal e incluso positivo entre músicos. Y si Salieri, sintió o no, el resquemor de la envidia, algo casi inevitable teniendo en cuenta la genialidad de Mozart, queda demostrado que no influyó en la admiración que sentía por su música.

¡Mas de 626 obras!, llenas de genialidad y de elegancia…, y entre ellas el motete cantata, «Exultate Jubilate».

Fue durante su tercer viaje a Italia acompañado de su padre Leopold, con motivo del estreno de su ópera «Lucio silla», cuando un joven Mozart de 16 años escribía el delicioso motete.

La pieza religiosa para una sola voz, es una alegre alabanza a la virgen, escrita para ser cantada por Venanzio Rauzzini. (uno de los «castrati» más famosos de la época, que también tenía un papel en la ópera), tiene un aire operístico más que a pieza religiosa. Un jovencísimo Mozart nos deja entrever que la ópera es su género preferido, y quizás con el que más disfrutó.

El «Exultate Jubilate» fue un éxito que perdura hasta nuestros días. En cuanto a la ópera «Lucio Silla», fue representada en 26 ocasiones.., y cayó en el olvido.

¿Pensaría en el olvido el Mozart debilitado y enfermo?. ¿O a pesar del sufrimiento, tuvo momentos reconfortantes tras evocar sus éxitos ?. ¡Seguro que hubo momentos para revivir ese calor que había recibido por parte del público!. Sobre todo de los Praguenses.

¿Porqué Praga me acoge con los brazos abiertos y Viena no?.

«Meine Prager verstehen mich», decía un emocionado Mozart a sus amigos: «Mis praguenses me comprenden».

¿Porqué sus óperas triunfaban en Praga, y en Viena eran acogidas con frialdad, la mayoría de las veces?

Cuando Praga perdió la guerra, dejó de ser la capital de Bohemia y volvió a ser cristiana. La música religiosa se impuso de tal forma que una nueva ley exigía que los maestros de cada villa compusieran y representaran misas. Así surgió una nueva corriente de hombres cultivados en la música, tanto entre la burguesía como en el pueblo llano, que ajenos a los estereotipos musicales que imperaban en Viena o Alemania, gozaban de la capacidad de entender y valorar a músicos de la talla de Mozart.

Claro que a veces, las cosas no salían como esperaba…

En Julio, después de celebrar el nacimiento de su último hijo; le llamaron desde Praga para escribir la ópera: «La Clemencia de Tito». Fue entonces cuando ese extraño hombre vestido con una casaca gris, que no quiso identificarse, le encargó la misa de Réquiem.

¿Quien es ese hombre? ¿Cuales son sus intenciones?. Pensaba un preocupado Mozart.


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Hojaldres de nata y dulce de leche

Ingredientes:

  • 2 placas de hojaldre fresco o congelado
  • 500 gramos de nata para montar
  • 200 gramos de azúcar glasé
  • 250 gramos de dulce de leche, crema pastelera o gotas de chocolate

Elaboración paso a paso:

Cortamos las placas de hojaldre en el tamaño y forma que deseemos. En este caso en rectángulos de dos tamaños, pero podemos utilizar vasos de distintos diámetros para cortarlos redondos, o hacer triángulos, etc.


Metemos en el horno precalentado a 180º, durante unos minutos, hasta que estén ligeramente dorados.

Reservamos unos pocos, y el resto los abrimos para poder rellenarlos

Montamos la nata, con 50 gramos de azúcar glasé y reservamos en el frigorífico.

Derretimos el chocolate en el microondas, según instrucciones del fabricante, y preparamos algún otro relleno, si las queremos hacer variadas: cabello de ángel o crema pastelera por ejemplo. (ya sabéis que tenéis la receta de crema pastelera clasificada por etiquetas, con la masa choux, o en masas dulces)

Para hacer una trufa sencilla, esperamos a que se enfríe y mezclamos en la proporción que más nos guste, más fuerte de chocolate o menos.

Llenamos una manga desechable con la nata o la trufa y procedemos a rellenar las placas de abajo.

Las cubrimos con la parte dorada, espolvoreamos con azúcar glasé y servimos.

En cuanto a las placas horneadas que hemos reservado, procedemos de la siguiente manera:

Pasamos el rodillo, con cuidado sobre la masa horneada.


Tiene que quedar así de plana:

Espolvoreamos con azúcar glasé y volvemos a hornear hasta que tengan un bonito color.

Los cortamos a lo ancho por la mitad y quedarán así:

Abrimos con cuidado y rellenamos de cabello de ángel, que le va muy bien, o de dulce de leche, como en este caso:

Económico; unos 4 euros todos estos hojaldres. Y además, sencillo a reventar.

Es ideal para los que nunca han hecho un postre, y si no os atrevéis con la nata, la podéis comprar montada o una mermelada de naranja con chocolate por ejemplo.  ¡vamos!, ¿que esperáis?. Un abrazo a todos.